Sunday, December 18, 2005

El pabilo de Belén

El pabilo de este cuento existe, y es, de hecho, una reliquia preciada que he conservado durante mas de diez y seis años. La historia de cómo lo obtuve es idéntica a la de Belén, la única diferencia es que la panadería en cuestión no queda en el Boulevard St. Laurent sino en el Centro Comercial Wilderton, cerca de donde vive una gran parte de la comunidad Hasídica de Montréal. La idea del cuento me la dió de hecho mi hijo este año, cuando hizo el comentario de que ese pabilo no se acababa nunca.

Sylvain existe también. Es un simpático y servicial bombero que servía en una de las bombas cerca de mi casa y que tímidamente se atrevía a practicar Español las veces que me tocaba bajarme a pagar. Hablo en pasado porque la compañía de petróleo a la cuál su bomba estaba asociada, decidió cerrarla y abrir una más moderna en frente, dotada de unas máquinas que aceptan tarjetas de crédito. Desde entonces, le he dedicado un boicot personal, silencioso e inútil a la compañía.

El personaje de Belén es inventado, pero fue inspirado por varios ejemplos de figuras femeninas disidentes. Confieso que le transmití a Belén mi desagrado en echarle gasolina al carro y mi apego por la rueda de cobre y madera.

Finalmente, está la escena de la Embajada. Hace muchos años, cuando era una muy joven adolescente, me tocó estar presente en la Embajada de Venezuela en Chile, varias semanas después del golpe de Estado. La gran cantidad de asilados ya se habían ido, pero quedaban cuatro, que el régimen consideraba figuras claves, a los cuales no les querían dar salvoconductos. Recuerdo la impresión que me hicieron esos hombres solos, que habían sido importantes tan sólo unas semanas antes, caminando como presos día tras día entre las rejas de la Embajada.

Sabiendo que vivía un momento histórico, les pedí que me firmaran un cuaderno antes de irme. Uno de éllos, Jacques Chonchol, escribió una sóla frase que he rescatado de mi memoria después de tantos años:

“Con el recuerdo cordial de un asilado”

Saturday, December 10, 2005

Era Sábado

Empecé a escribir este cuento con la idea de hablar del terremoto. Pero saben, los cuentos y sus personajes tienen vida propia y, al final, son ellos los que deciden.

Fue así como mis recuerdos de infancia se apoderaron totalmente de mi escrito y comenzaron a desplazar las historias duras que tenía guardadas: las imágenes de la gente haciendo cola para tocar la tierra de la cruz de la Catedral que se cayó, la visión del edificio de frente al Cine Altamira totalmente destruido, el silencio espantoso de las calles de Los Palos Grandes, las centenares de fotos de cédula que salían en los periódicos todos los días con los nombres y las historias de los desaparecidos, las imágenes del Macuto Sheraton en ruinas, los años que siguieron sin que pudiéramos ni regresar al apartamento ni comprar la nueva casa, porque nadie quería ya vivir en un apartamento y el nuestro era casi imposible de vender.

Pero pudo más Diego de la Vega con su desarmante sonrisa.

Después de todo, me dijo, los tuyos, son cuentos intrascendentes.